miércoles, 19 de abril de 2017

La vigilante del futuro – un acierto estético


La esperada adaptación de la franquicia de Ghost in the Shell con Scarlett Johansson como protagonista empezó a generar opiniones. ¿Cuáles son los puntos fuertes de la película?
Nota publicada también en Crac! Magazine 
Una cuestión que debemos tener muy presente a la hora de ver La vigilante del futuro (tal es la traducción que recibió Ghost in the Shell), y sobre todo si hemos visto la serie animada o leído el comic, es que se trata de una adaptación de la obra de Masamune Shirow. Y una adaptación hollywoodense, por si fuera poco. Si pretendemos ver profundas reflexiones dignas de la historia original seremos, por fortuna, francamente decepcionados. 
¿Por fortuna? Sí. La película habría tenido severos problemas para concretar en profundidad todos los conceptos que nos brinda la franquicia de Ghost in the Shell y mantener contentos a los fanáticos con una “adaptación absolutamente fiel” sin poner en peligro su ambición de ser un producto estandarizado más de la industria cultural estadounidense, de mostrarnos suficiente acción para contentar a los espectadores menos reflexivos y todo eso en 107 minutos. La producción supo muy bien lo que pretendía ser: una adaptación, y ese es su mayor acierto.
Así abreva mucho recursos y elementos de toda la obra animada de Ghost in the Shell, pero creando algo nuevo y fresco a través de ello. Lo que la película no nos cuenta con discurso deja que su propia y particular composición de imagen lo cuente sin tener por ello que escatimar escenas de acción.

La película logra recrear maravillosamente la estética urbana cyberpunk soñada por Masamune Shirow, presenta innumerables guiños y referencias para los más fanáticos (que me han sacado más de una sonrisa en la oscuridad del cine) y una adaptación bastante fiel de la esencia fundamental del escuadrón de personajes que son la Sección 9.

Hay un recurrente juego entre la sobrecarga de detalles en la ciudad, llegando casi al punto de la saturación visual entre luces y hologramas, y los ambientes de carácter marginal que presentan un estilo decadente, abandonado y sucio. 

La civilización tecnocrática es sinónimo, literalmente, de luces y colores. Lo obsoleto, lo peligroso y lo radical pertenecen al reino de las sombras. Ahí podemos colocar a la verdad, que tiene un poco de las tres. En esa ciudad, donde no hay un espacio vacío para descansar la vista, es donde viven los seres que juegan a buscar la frontera de deshumanización que nos ofrece la tecnología. Mientras que hay otra ciudad, una ciudad oculta en las entrañas de la primera, donde las cosas son diferentes y las personas se preguntan, al fin y al cabo, qué las hace humanas.

No es casual que los momentos en que la protagonista, con profundas dudas sobre su identidad, se sienta más en contacto con la realidad sean cuando está sumergida en un abismo negro y helado. De hecho muchas veces la mejor transición (entre planos de la película o estados de consciencia de la protagonista) resulta ser atravesar esos límites físicos o digitales que tratan de hacernos creer que son la realidad. Ese es, además, uno de los mensajes más fuertes que nos transmite la adaptación de Ghost in the Shell: lo que nos define como humanos es algo mucho más profundo que nuestra biología o nuestros recuerdos: es lo que decidimos hacer y cómo decidimos vivir. 

Sin otro particular,
Nemo Dropzip

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