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El cielo se tiñe de óxido y sangre. Los ojos tristes de una
chica desaparecida me miran desde un cartel en un corredor del subte… tienen
más vida que los ojos muertos de los pasajeros grises que me rodean; grises
como el cielo nublado. Algunas cosas no cambian. Yo la conocía, por eso me sorprendí. Me sorprendí por estar
conjugando “conocía” en pretérito imperfecto, definible como aquella
conjugación verbal de una acción pasada interrumpida por otra, contrastada con
la realidad presente. ¿Por qué no puedo ser capaz de decir que aún la conozco?
¿Qué oscura melancolía se derrama desde esas nubes plomizas o emerge con
rapidez de esas crujientes baldosas rotas que uno pisa, aunque trate de
esquivarlas? El cielo enmudece, esperando el trueno relampagueante que
sea el preludio de su caída. Cierta página digital de redacción de notas
considera que mi estilo es demasiado subjetivo para contratarme; grises como el
cielo nublado. Algunas cosas no cambian.