sábado, 23 de mayo de 2020

Elric, la espada maldita de Moorcock


En algunas de las fieles visitas que hacía cada año a la feria del libro de Buenos Aires cuando era adolescente, me encontré con un libro llamado Las crónicas de Elric - La fortaleza de la perla. Recuerdo con extraordinaria precisión que había otro adolescente examinando el libro y que un hombre adulto muy probablemente su padre— se acercó por detrás, echó un vistazo a la portada y exclamó con un vozarrón: "Ja ja, Elric, EEeeelllrriiiic, ja ja". El adolescente soltó el libro y escapó, avergonzado. Yo lo tomé, con curiosidad, y me lo llevé a casa. Ahora, 13 años después, comprendo que ese era, seguramente, el último ejemplar que quedaba en stock de la publicación de editorial Edhasa que había hecho regresar la obra de Moorcock a la Argentina. Nunca sabré por qué ese hombre reaccionó de una forma tan hilarante y grotesca al verlo, pero a él le debo, posiblemente, haberme quedado con el libro.

Supongo que era 2007, porque luego de la adquisición del libro mi madre me mostró una hoja de diario con una pequeña nota encuadrada sobre el margen inferior, titulada: "Moorcock, el anti-Tolkien". El autor de Las crónicas de Elric, descrito como militante anticonservador con tintes anarquistas y feministas, es destacado por Mariana Enriquez, la autora de la nota, básicamente por sus críticas a las obras clásicas de épica y de fantasía. Moorcock fue especialmente conocido en los 80 por atacar El señor de los anillos. En un ensayo titulado "Epic Pooh", declara lo siguiente:
“Como Chesterton y otros escritores cristianos, Tolkien ve a los honestos artesanos y a los campesinos como el antídoto contra el caos. Estas clases son romantizadas porque generalmente son los últimos en enfrentarse al statu quo... El señor de los anillos está mucho más enraizado en su infantilismo que muchos de los más obviamente juveniles libros que influenció... El libro es una perniciosa confirmación de los valores de una nación en decadencia con una clase media en bancarrota moral, cuya cobarde autoprotección es responsable de los problemas a los que Inglaterra respondió con la brutal lógica del thatcherismo”.
De esa forma Las crónicas de Elric nació como proyecto literario y como plataforma de protesta de Moorcock en contra de la carga ideológica conservadora de los libros tradicionales de fantasía. ¿De qué trata, por lo tanto, esta saga? ¿Es Elric un mero antihéroe más?

Yo conocí a Elric, en La fortaleza de la perla, como un emperador que había salido a vagabundear por los otros reinos de su mundo con el fin de buscar la criatura mítica por excelencia: la justicia. Experto guerrero mercenario, brujo de inmenso talento y equipado con una espada maldita que podía beber las almas de sus adversarios, Elric yacía moribundo en una tienda mientras un muchacho trataba de salvarle la vida para venderlo como esclavo. Su derrotero lo había llevado a un reino perdido en un desierto, antiguos enemigos de su raza y casi tan orgullosos como esta. Aunque el emperador trata de razonar con los corruptísimos gobernadores de esta ciudad, el final se desencadena con una lógica que se repetirá como una constante: Elric masacra a todos los habitantes mientras lanza tremendas risotadas. Aunque esta matanza es presentada, en cierta forma, como un acto de venganza, brinda una pauta sobre la lógica del sistema en el mundo de Moorcock.

Elric, el emperador albino, desarrolla una serie de luchas a lo largo de los ocho tomos que conforman su saga.

La lucha contra su naturaleza

Elric, como buen hijo de su raza, es un servidor del Caos. Su patrono es un duque del Infierno (Arioch) y su brujería más poderosa está ligada al conjuro de fuerzas demoníacas. Su cuerpo, de salud deficiente, necesita del consumo regular de unas pociones para conservar una precaria fortaleza. Es ahí donde interviene su espada maldita, la Tormentosa: empuñarla le da a Elric un vigor sobrenatural y el chupar el alma de varios oponentes lo fortalece al punto de poder enfrentarse, sin más recursos, a un batallón entero. Esas características lo definen, ante todo, como un emperador de Melniboné. Su pueblo, último vestigio de un reino que había gobernado las tierras conocidas con suprema crueldad, estaba en plena decadencia. Los nobles melniboneses yacían envueltos en pesadillas narcóticas, recurrían a la tortura de esclavos y a la melancolía de su pasado glorioso para entretenerse. La empatía, el altruísmo o incluso el amor eran, a un nivel cultural, desdeñados como rasgos propios de seres inferiores.
Si algo anhelaba Elric era poder revitalizar a su pueblo y convertir a su palacio en un templo de la justicia. En un sentido más inmediato, su primer deseo fue desprenderse de la dependencia que tenía de la espada hechizada, de su pacto con el Caos o del uso de los métodos crueles de su pueblo.
Nunca logró ninguno de esos objetivos. La espada, de la que dependía como de una droga, es el símbolo mayor de la condena de Elric. Una vida tejida desde la contradicción. El soñador que persigue la paz como un ideal, pero que se ve una y otra vez forzado a recurrir a la violencia y a la brujería para abrirse camino en un mundo injusto.

La lucha contra el sistema

Si algo aprendió el emperador albino al recorrer el mundo, es que la justicia era algo escaso y más bien fugaz. Todos los reinos y ciudades que conoció se movían bajo la misma lógica de violencia, de injusticia, de corrupción. Es el poder —el poder que nace de la violencia— lo único que pone límites o que introduce cambios. En la cosmovisión del mundo fantástico de Moorcock no hay una antinomia de "Bien contra Mal", sino de "Caos contra Orden". El Orden (también llamado Ley), sin embargo, no representa un análogo del "Bien". La Ley en su máxima expresión es la última fase de una entropía total.  La Ley es perfección, civilización, orden y luz, pero también es estancamiento. Por el contrario, el Caos no solo es mal e irracionalidad, también es posibilidad, cambio, belleza y libertad. Ambas constantes, aunque perpetuamente en conflicto, se presentan como necesarias para establecer un precario equilibrio en el multiverso. Distintos mundos (Elric tuvo aventuras en diversos planos de la existencia) tienen distintos niveles de equilibrio de poder. En el universo de Elric los dioses del Caos son muy fuertes y la raza de Elric ha sido, por miles de años, uno de sus peones en el tablero. El Equilibrio es presentado, de esa forma, como la balanza mayor que trata de inclinar el destino.

La lucha contra el destino

En algún punto, la búsqueda de Elric por la justicia se termina convirtiendo en una búsqueda por un propósito y por alcanzar una cierta paz que le permita desprenderse de todo el dolor que arrastra. Sus aventuras lo llevan a navegar el multiverso y conocer las distintas encarnaciones del arquetipo del Campeón Eterno, del que él forma parte. Este campeón es, en la mayoría de sus manifestaciones, un héroe trágico que avanza sin conocer la paz como un peón del Equilibrio destinado a combatir sin tregua aquella fuerza que sea más poderosa en su plano, sea el Caos o el Orden.
Más de una vez Elric se ha reconocido como un juguete en manos de dioses con motivos ocultos. Una de sus reflexiones máximas sobre el ejercicio del poder en este juego de fuerzas es que los más poderosos (sean dioses o mortales) no son siempre los más sabios; ni siquiera los más educados.
Ni siquiera el cumplimiento de su destino le trae al último emperador de la isla del dragón algo parecido a la paz. Así se confirma la premisa de que el universo —o multiverso— puede seguir una serie de mecánicas de comportamiento que escapan a la comprensión de los mortales, pero nunca será justo, ni siquiera con el héroe protagonista.
La justicia, en la obra, solo existe como otro arquetipo: Tanelorn, una ciudad eterna y presente en todos los planos del multiverso. Un lugar donde los servidores del Caos y del Orden podían refugiarse para disfrutar de la tranquilidad. Aunque sus manifestaciones podían ser destruidas, lo que pervivía más allá de esto era el ideal mismo de la ciudad el ideal de una ciudad donde reina la paz—, que existiría mientras exista la humanidad.

Si la reflexión final de El señor de los anillos involucra la convicción de que cualquier persona, por más pequeña que sea, puede hacer temblar los concilios de los sabios y cambiar el rumbo de la historia, en Las crónicas de Elric no hay lugar para esto. Los pequeños son, para el mundo de Moorcock, simplemente el combustible para la espada maldita de una historia contada desde los ojos de un emperador.

Sin otro particular,
Nemo

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