Introducción omitible:
La primera vez que leí El criterio moral en el niño (Piaget, 1934), lo que más me impresionó fue la similitud entre las mecánicas de los juegos de bolitas de los patios escolares franceses en la década del 30 con mis propios y borrosos recuerdos infantiles sobre nuestros juegos de bolitas. Aprovechando la cuarentena, releí varios viejos libros que me habían gustado mucho de pequeño, El pequeño Nicolás (Goscinny, 1956) entre estos. Además de descubrir, 20 años después, que era una saga de cuentos francesa, me volvió a impresionar la similitud entre muchos aspectos de la infancia estereotipada de un nene francés en la década del 50 con nuevos y borrosos recuerdos de mi infancia. El punto culminante de esta experiencia fue volver a ver un video de Yunae en el que se menciona cómo los niños japoneses juegan un cierto juego que en España es llamado "1, 2, 3, pica pared". Ese juego yo lo conocí como "1, 2, 3, cigarrillo 43". ¿Por qué "cigarrillo"? Misterio.
Consulté a la periodista ucraniana con la que trabajo si reconocía el juego. Море волнуется раз sería traducible como "el mar produce olas (1, 2, 3), ¡congélate en una figura marina!". En Interpals me crucé con el perfil de una chica que es maestra jardinera en Netherlands y le pregunté también. Allá no cuentan hasta tres, sino que simplemente dicen el nombre Anne-Maria-KoekKoek. Luego de darme esa breve explicación, al chica me dijo que tenía que ponerse a dar clases virtuales y que estaría ocupada. ¿Será que la infancia es menos un momento del tiempo y más un espacio indeterminado con su propias reglas y criaturas?
Clases virtuales:
La chica se despidió porque tenía que dar clases virtuales a niños de jardín de infantes.
El panorama de las clases virtuales abrió una buena cantidad de debates y discusiones en los grupos de docentes a los que pertenezco en WhatsApp. En Argentina se determinó que los docentes debían salvaguardar lo que se llamó continuidad pedagógica del alumno. Cada colegio resolvió eso de la mejor manera que pudo; la mayoría, con las páginas escolares de Facebook. Cada docente, asimismo, trató de resolver esto de la mejor manera posible.
El gradiente fue desde docentes que subían fotos desenfocadas de una hoja de Word en la pantalla de una computadora hasta los que se animaron a subir videos explicativos a Youtube.
Al respecto no hubo mucho debate, ni siquiera discusión. La línea fronteriza quedó, por lo tanto, delimitada por la tranquilidad de conciencia de cada docente a la hora de dormir.
Se habló sobre Classroom, circularon tutoriales de diversas aplicaciones y, fundamentalmente,
Algunos docentes trataron de negarse, al principio, a interactuar directamente con los alumnos de forma online. La salvación —en forma de fotocopiadora— se esfumó un día jueves en que se decretó finalmente la cuarentena obligatoria. Algunos docentes se vieron por fin confrontados con la realidad de tener que aprender cómo abrir una cuenta de Facebook. Un porcentaje alegó que no querían tener alumnos entre sus contactos de Facebook. La mayoría no supo explicar porqué, simplemente no lo querían (aunque el mejor y más válido argumento que escuché, de mano de una joven profesora, fue "ni ganas de que vean mis fotos en bikini"). Claro que muchos ya tenían cuentas secundarias que solo usaban para interactuar con docentes (la joven profesora, por ejemplo). De ese simple hecho se desprende, como conclusión, que la interacción vía Facebook con los estudiantes no compromete necesariamente la vida privada del docente.
Cuando se propuso la cuestión de los grupos de WhatsApp, muchos docentes se aterraron ante la perspectiva de que los estudiantes tuvieran acceso a sus números.
Primer debate: la distancia ontológica entre dar actividades a diestro y siniestro y dar clases virtuales.
Al respecto no hubo mucho debate, ni siquiera discusión. La línea fronteriza quedó, por lo tanto, delimitada por la tranquilidad de conciencia de cada docente a la hora de dormir.
Se habló sobre Classroom, circularon tutoriales de diversas aplicaciones y, fundamentalmente,
Segundo debate: la línea entre lo público y lo privado.
Algunos docentes trataron de negarse, al principio, a interactuar directamente con los alumnos de forma online. La salvación —en forma de fotocopiadora— se esfumó un día jueves en que se decretó finalmente la cuarentena obligatoria. Algunos docentes se vieron por fin confrontados con la realidad de tener que aprender cómo abrir una cuenta de Facebook. Un porcentaje alegó que no querían tener alumnos entre sus contactos de Facebook. La mayoría no supo explicar porqué, simplemente no lo querían (aunque el mejor y más válido argumento que escuché, de mano de una joven profesora, fue "ni ganas de que vean mis fotos en bikini"). Claro que muchos ya tenían cuentas secundarias que solo usaban para interactuar con docentes (la joven profesora, por ejemplo). De ese simple hecho se desprende, como conclusión, que la interacción vía Facebook con los estudiantes no compromete necesariamente la vida privada del docente.
Tercer debate (o un subdebate del segundo debate): el temor a la horizontalidad.
Cuando se propuso la cuestión de los grupos de WhatsApp, muchos docentes se aterraron ante la perspectiva de que los estudiantes tuvieran acceso a sus números.
Profes no quiero alarmar los pero en relación a los grupos de WhatsApp y redes sociales primero hay que ver la responsabilidad civil y como nos ampara el estatuto con la creación de dichas plataformas (sic)Antes de señalar que muchos de esos docentes se criaron y moldearon en una realidad donde lo naturalizado era que todos estuvieran, por nombre y apellido, en una guía teléfonica, es interesante distinguir ciertas categorías:
Visto en un grupo de Wpp de docentes
- El que teme que los estudiantes, al tener su número, lo escrachen en redes sociales, lo comprometan de alguna forma o, incluso, resulten invasivos.
- El que teme que un grupo de Wpp con estudiantes sea parecido a un grupo de Wpp con docentes (publicaciones de perros perdidos, cizaña política, memes, acumulación de emojis de bracitos o de pulgares arriba, etc.).
- El que teme la horizontalidad que genera un grupo de Wpp (o casi cualquier red social) en el que todos pueden hablar u opinar.
- El que teme hacer algo nuevo que nunca antes hizo.
Cuarto debate: la quimera de la evaluación online
En el caso de que la cuarentena se extienda, el temor docente de tener que evaluar a distancia se fortalece. Es también un temor que va de la mano con un nuevo debate:
Quinto debate: la búsqueda de la quintaesencia del entusiasmo escolar
¿Qué es lo que hacemos con los alumnos que no están respondiendo a las consignas? Ni por Facebook ni por WhatsApp ni por Classroom ni por mail. Recordemos, como se repitió muchas veces, que "no estamos de vacaciones". Muchos alumnos están responiendo a las actividades y clases (algunos incluso con una rapidez espeluznante), ¿pero qué hacemos con los que no lo hacen? ¿No trabajan porque no quieren o porque no pueden? En este punto son muchos los argumentos a favor y en contra de la rigidez, de la severidad, de la empatía y de la flexibilidad. El punto de encuentro de todos esos argumentos es el desconocimiento del docente sobre la realidad del alumno: desconocemos si todos tienen conexión, desconocemos si todos condiciones básicas para poder estudiar, desconocemos incluso si todos tienen comida. Llegamos así al sexto debate:
Sexto debate: la balanza en la que hacen equilibrio la educación y la supervivencia
Como bonus, hay un debate paralelo que atraviesa todos los demás debates. Empieza en una chica de un país desarrollado que da clases virtuales a niños de jardín de infantes, rebota entre los grupos de docentes latinoamericanos que aprenden (y con mucho valor) a marcha forzada cómo gestionar una clase a distancia y se pierde en una discusión que ha cobrado muchísima fuerza en los grupos de Facebook de estudiantes de la Uba:
Séptimo debate: el docente reducido a un pdf, a una pantalla o a un tutorial
En el último debate el término que más se repite es el de la precarización laboral. ¿Las clases deben ser necesariamente presenciales? ¿Qué pasa, entonces, con la experiencia de UbaXXI o con universidades como la Siglo XXI? ¿Qué pasa con el alumno que rinde libres las materias porque le resulta más cómodo? ¿Qué pasa con Julioprofe y con otros grandes referentes de Youtube? ¿Qué evita, entonces, que la docencia se convierta en una galería de cursos virtuales premiados por una visibilidad ganada a punta de likes? ¿Cómo repensar la docencia? Una de las pocas conclusiones claras que deja —hasta el momento— la cuarentena es que las cosas, para bien o para mal, no volverán a ser iguales. Habrá una nueva normalidad que tendrá que ser definida y eso incluye a la docencia.
Sin otro particular,
Nemo
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