sábado, 8 de mayo de 2010

Pellejo de jumento

Crónicas de incestos
De la mano de Charles Perrault, al cual debemos las obras de Caperucita roja (homicidio) y El gato con botas (deshonestidad por ascenso social), entre otros. En esta oportunidad redactaré mi informe sobre la obra titulada Piel de asno. Hace breves momentos descubrí que este cuento infantil versa sobre incesto en forma explícita, así que procedí a leer una buena traducción para comenzar.


En la historia, había un reino monárquico absolutista (recordemos que Perrault creció en pleno contexto de reyes semi-dioses-milicoides-autoritarios).
(Nota del autor: el vocablo milicoide es una derivación lírica del término “milico”, la cual acabose de ocurrírseme y en una realidad futurista posiblemente figure en la RAE).
(Nota del autor, diez años después: la palabra sigue sin aparecer en la RAE, aunque un rápido googleo mostró un uso esporádico de esta en algunas publicaciones).

Retomando el hilo, había un reino monárquico absolutista en el cual todos, o al menos el rey, eran sumamente prósperos y felices; el rey tenía un bella y virtuosa esposa y un asno mágico con propiedades alquímicas de transmutación de soja en oro (Au 14k). Por motivos desconocidos este asno estaba en sus manos, y el texto hace referencia a que todos los días se recogía lo que el animal defecaba en la noche, lo que entraba directamente a las arcas reales. Por supuesto que el oro lo robaban de América (contexto de modelo económico mercantilista), pero si el proletariado estaba feliz creyendo que el siempre abundante oro salía del extremo norte de un Equus asinus, lo dejaremos así.

Tampoco haremos posibles referencias a trastornos psicofísicos en la mujer del rey o alguna cuestión de esa índole, ya que nos basaríamos demasiado en la especulación inductiva, y eso restaría mucha seriedad a esta serie de artículos objetivos que harían derramar lagrimas a los hijos del positivismo. En la historia, el rey tiene una hija (siempre es una hija) doblemente bella y virtuosa, al grado de que él no se lamenta que su estirpe real se vaya a extinguir, ya que su mujer no puede volver a parir e incluso cae en cama con una enfermedad irreversible para los arcaicos conocimientos medico-chamánicos de esa época (la fiebre). La reina no sobrevivió a los tratamientos dados por todos los “médicos” de la corte, los cuales contaban en su maletín de instrumentos solamente con una pequeña sierra de hierro para amputar miembros, una bolsa de arpillera o de cuero con sanguijuelas frescas y muchos métodos acientíficos de curación que bordeaban lo sobrenatural y requerían mucho del uso de placebos. La reina, pues, estaba por morir. Estaba postrada en la cama con la sola compañía de su marido y de la parca. Luego de que pasara al reino de los muertos, su marido emergió de la recamara con la psiquis trastornada y hablando de vagos juramentos sobre casarse con alguien mejor que su muerta esposa, imperativo dado por su ella (en medio de delirios por la alta fiebre) antes de morir, según él aseguraba.

Con el tiempo se hizo más introvertido, pasaba las noches llorando el recuerdo de su mujer y deformando el susodicho recuerdo que tenía de ella en su alma, al punto de que cuando emergió de su mutismo, luego de meses de enfermizos comportamientos, aseguraba que había descubierto que su hija era doblemente hermosa que su muerta madre, que en base al juramento hipotético y afiebrado con el cual había ligado su alma debía casarse con ella, hacerle el amor todas las noches para tener hijos y que, por supuesto, tenía su salud psíquica en perfectas condiciones. El alma de la hija del rey se turbo ante esta expectativa. Cometer incesto con un hombre grande, que no se bañaba salvo en perfume (en esa época bañarse muy seguido era sinónimo de muerte, ya que se creía que el agua permitía el ingreso de enfermedades. Incluso podemos citar, de los anales de la historia, a cierto rey francés que se bañó solamente dos veces en su vida) y que estaba trastornado. Ah, ¡y que por si fuera poco era su padre! A pesar de que ese rey gobernaba rindiendo cuentas solamente al Dios cristiano (en teoría, por supuesto), estaba tratando de ir en contra de las leyes bíblicas que condenan el incesto por abominación, incluso en contra de las leyes sociales, legales y culturales (Levì-strauss, en su concepción de la naturaleza humana, señala la ley universalizada del incesto como uno de los tantos abismos que separan al hombre de los primates superiores antropomorfizados). El rey, pues, estaba algo trastornado, seguramente con problemas que bordeaban el grado de imbecilidad.

Su hija, por la angustia que tenía, visitó clandestinamente un bosque en el cual rendía tributo a un ídolo pagano con forma de ninfa, vestigio del paganismo griego. Su infalible deidad personal le aseguró tener la cura para todos sus males, a pesar de que se equivocó cuatro veces. Primero debía pedirle a su padre un vestido con “los colores del tiempo”, regalo sin el cual no se casaría. El rey sometió a sus modistas a amenazas de tortura física en algún lugar profundo de las recamaras de tormento de la Santa Inquisición y, de alguna forma, en espacio de una noche estos modistas se las ingeniaron para hacer una tela en formato gif (.gif), que tenía un diseño dinámico de unas nubes que se movían sobre un fondo del cielo. Algunas especulaciones versan sobre un posible viaje al futuro, donde las telas con imágenes móviles son más comunes, por parte de los modistas. Esto es en parte un detalle lírico y en parte un indicio del poder que tenía el argumentum ab baculum de mandarte con los inquisidores. Bajo ese mismo argumento los modistas hicieron trajes que opacaron a la luna y al sol, los cuales la princesa le fue pidiendo progresivamente por orden de su deidad protectora semi-omnisciente. Cuando ya no sabe qué hacer, visto que el rey podía, en aras de amenazas salvajes, hacer que sus súbditos se las ingeniaran para hacer cualquier tipo de vestido por absurdo que fuera, la princesa le pidió el pellejo del asno alquímico. Ya que su ídolo, que desconocía el poder del amor-obsesivo-enfermizo, le aseguró que el rey no mataría al ser mágico que llenaba sus arcas.

Pero por supuesto que el rey ardía en deseos de poseer a su hija, así que mataron al animal (nunca más volvió a existir ser semejante, hoy en día la vaca transgénica que da leche-penicilina no ha logrado superarla) y le dieron el cuero. La princesa, pues, tuvo que huir a algún reino lejano con sus posesiones (incluyendo los vestidos) ocultos en un baúl “mágico” que la seguía por debajo de la tierra, en el que seguramente estaría guardado el ídolo de la ninfa. Huyó dejando a su padre plantado en el altar con el sacerdote católico apostólico romano. En el camino, para evitar abusos sexuales por parte de cualquier hombre, se tapaba con el pellejo de la cabra y usaba la cabeza grotesca del animal como capucha. Esto parece una analogía a los antiguos sacerdotes satíricos (por sátiros) de Era y Baco, las deidades paganas griegas de la tierra y de la farra. Cuyos sacerdotes se disfrazaban con cueros de cabra para danzar en algún claro del bosque en medio de gritos, panderetas y abusos sexuales a cualquier campesina que pasara por ahí. ¿Sería la princesa una postrera sacerdotisa de Era?
¿Acaso había mantenido el culto secreto y oscuro ejerciendo sus siniestros dogmas de sacrificios rituales en secreto? ¿Se lo habría enseñado su difunta madre? Estas preguntan quedan en incógnita, corre a criterio de la especulación del lector responderlas.

En su nueva vida, la princesa encuentró trabajo de barrer el suelo del jardín botánico de la reina de la comarca. En ese ámbito sufrió las burlas de todas las personas, que la discriminaban por su repugnante aspecto. El único consuelo que la chica encontraba era, una vez a la semana, vestirse con sus ropas nobles y ejercer un poco de narcisismo enfrente de un espejo. Un día el hijo de la reina llegó de cazar y decidió hacer un alto en el jardín botánico para reposar. No se sabe si buscando campesinas atractivas para abusar de ellas o simplemente “dando un paseo”, este muchacho llegó a la puerta de la habitación de la princesa (que ahora se llama Piel de asno) y espió por la cerradura (parece que era vouyerista). Quedó deslumbrado por la ninfática mujer ataviada de nobles ropas que estaba ahí. A lo largo de las siguientes semanas, y para confirmar nuestra sospecha de su vouyerismo, el muchacho volvió sistemáticamente para espiar a Piel de asno mientras se despojaba del cuero, untaba su cuerpo con aceites y cremas y se ponía ropas nobles. O, tal vez, el joven aprendió el horario exacto en que la joven estaba ya vestida con la ropa noble y solo la observaba en ese momento con el fin de no empuercar más su mente ni deshonrar a la joven (¡por favor…!).

Parece que el muchacho estaba tan enamorado (o caliente) con la jovencita que su mente se comenzó a degradar y le provocó problemas psicosomáticos. Quedó postrado en cama, presa de sus fantasías eroticas y, en un alarde de fetichismo, encargó un pastel hecho únicamente con las manos de la doncella Piel de asno. La doncella cumplió esto y, astutamente, ya que conocía los actos vouyeristas del príncipe, introdujo un anillo de talla secreta en el pastel para incitarlo y provocarlo con esto, ya que ella también sentía atracción por él y por sus visitas nocturnas. El príncipe, luego de casi atragantarse con el anillo, se levantó y decretó que se casaría con la mujer a la cual le quedara el anillo. Su madre trató de cumplir el capricho real y mandó llamar a todas las mujeres de la corte, primero las aristócratas y luego las del proletariado.

La ultima en quedar fue Piel de asno ya que, absurdamente, no existía nadie en el reino con su misma medida de dedo. Así que, pues, la llamaron entre medio de burlas y ella, antes de presentarse, se despojó del cuero de asno y se engalanó con la ropa noble. Así dejó boquiabiertos a todos los de la corte. Acto seguido de casaron y al casamiento incluso vino el padre de Piel de asno, aparentemente curado de sus deseos parafilicos de incesto. Y así termina la historia, con un final que nos deja un extraño sabor en la boca. Demasiadas parafilias juntas, tal vez. Condimentadas con extractos de cultos paganos y cosas de esa índole. Hoy día los seguidores de Era y Baco sobreviven, ocultos en cualquier estrato social, siempre listos para emerger cuando Piel de asno aparezca.
Sin otro particular,

mr. Nemo

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Follow Us @soratemplates