[Texto que escribí el año pasado para la cátedra de Literatura. Es sobre el poderío de Marcelo Tinelli (conocido por muchos latinoamericanos) y un texto llamado La industria cultural, de Theodoro Adorno y Max Horkheimer. Hace tiempo no redacto ninguna cosa digna de mención para el blog, por lo que tuve a bien actualizarlo con esto. Considerando que es una situación adaptable a cada país de este planeta. Saludos y, sin otro particular, buenas noches... mr. Nemo]
Los poderosos y nocivos engranajes de la Industria Tinelli
trituran la sociedad argentina como si se tratara de un enorme mortero que
homogeniza clases sociales. El único vínculo posible entre una anciana jubilada en un consultorio médico de
tercera clase y una jovencita yuppie de Palermo Soho parece ser el ataque
cerebral de una vedette en el Bailando de Marcelo Tinelli.
El trayecto de Tinelli a un discutible éxito comenzó durante
el mandato de Carlos Saúl Menem: momento en que la política era mediatizada en
una forma banal y carente de plataforma discursiva hasta el punto en que Menem
mismo se exhibía en los medios con su automóvil último modelo o reposando en
sus largas vacaciones, en busca de la aprobación y admiración populares. Finalmente por la corrupción institucional y los
escándalos políticos, que fluían como un río en el escenario nacional, eclosionó un nuevo estilo de vida
en el que los argentinos comenzaran a dejarse arrullar por un tipo de
entretenimiento que no los obligaba ni a razonar ni a plantearse cambios o
hacer introspección de errores (cosas fatigosas para un buen capitalismo).
Hoy, la autoridad y validación de este espectáculo está dado
no tanto en su contenido nulo como en su brutal reconocimiento social, que
fuerza a más individuos a no quedarse fuera del sistema Tinelli y a integrarse al mismo. Como Theodoro Adorno y Max Horkheimer postularon, esta
industria cultural lleva a la estandarización e imposición no solo de
necesidades virtuales e irreales que giran satelitalmente al profundo negocio
de los shows de Tinelli, sino también a estandarizar y homogenizar a la sociedad para sumergirla, al fin y al cabo, en un rol de consumo directamente dado y
establecido por los poderosos dirigentes empresarios a los que responde el
empresario Tinelli y, en crescendo, al poder capitalista de la lógica
industrialista.
Tinelli y su Show, sin molestarse en negarlo u ocultarlo,
rompen cualquier límite con lo que cultural, moral o intelectualmente es
considerado correcto: promoviendo discursos de agresión y pleito, desnudez
prácticamente explícita así como un concepto distorsionado sobre el éxito o los
valores.
Lúdicamente el Show alabará los beneficios providenciales y
gentiles que permitirán al espectador comprar en múltiples cuotas sin interés
algún artefacto completamente prescindible. Se le ofrece al público la ilusión de participación e
integración, se los hace sentir parte del show, como parte de una inmensa
familia con Tinelli como cabeza y grupos de vedettes y celebridades, sin ningún
tipo de discurso, como referentes.
Sin importar que el Show se oculte detrás de un desdibujado
horario de protección al menor, múltiples programas satélites al Show de
Tinelli se encargaran de retransmitir e inspeccionar cada uno de los detalles
por las tardes, creando niños sexualmente precoces que se preparan para
insertarse en el sistema de consumo siguiendo los estándares establecidos por el
Show que cada tarde absorben de la mano de sus padres. Es, pues, esta Industria Tinelli no solo un producto de la
degradación cultural argentina, sino que este show es creador y promotor de esa
cultura y defensor de vanguardia del sistema en el que se haya sumergido al
hombre como individuo y masa.
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