Hace tiempo, entre las diversas peripecias que atravesé junto con un equipo de personas extraordinarias para realizar una serie de pesquisas necesarias para llegar a resolver el misterio de los espectros subconscientes (dosier que subiré a posteriori en Mundo Enfermo y Triste)... Llegó a mis manos cierta información de un libro que podía revelar un secreto.
En el espacio de una entrevista a un director de cine especializado en recursos audiovisuales supe de la existencia de un libro llamado Para leer al Pato Donald, el cual traía cierto tipo de luz sobre las intenciones ocultas de Disney. Cuando supe esa información, en parte para engrosar el marco teórico de mi investigación y en parte para añadir cimientos al análisis de cuentos infantiles (o meramente para difundir la obra), me propuse conseguirlo. Para leer al Pato Donald – Comunicación de masa y colonialismo, de Ariel Dorfman, escritor argentino radicado en Chile, y de Armand Matelart, sociólogo belga (uno de los cuales fue incluso mentor de mi profesor de Técnicas de Redacción). Ambos autores hacen un análisis de las obras disneydianas desde un enfoque marxista-revisionista. Ahora bien, dónde estaría mi sorpresa sino en que, a priori, coincidía con algunos puntos básicos de los autores. El punto de esta publicación es la difusión de la obra de Dorfman y de Matelart (con pleno reconocimiento de la obra de ellos), un acercamiento a sus premisas desde la óptica de la editorial de Cuentos al Contemporáneo* y un análisis propio sobre el fenómeno de Patolandia y sobre los puntos en los que creo que, como editor, se debe dar una respuesta.
Sumerjámonos.
Luego de un prologo para "patólogos", en el que se nos brindan algunos detalles concernientes a la publicación de la obra —como por ejemplo una autoprofecía sobre la recepción social que tendría el libro—, los autores se adelantan a la satirización de la llamada “opinión pública”, brindando incluso epítetos y frases para que la prensa amarilla pueda apropiarse de ellos y no derrochar exceso de glucosa buscando adjetivos descalificativos: soeces, inmorales, agitadores, amargados, enredados en complicados argumentos que buscan la sofisticación y la fraseología… y medio párrafo más.
¿Por qué ocurrirían esas reacciones? ¿Simplemente por ser autores partidarios del revisionismo marxista? ¿Por el temor de ideas socialistas en el gobierno de Allende? ¿O quizás porque atacar deliberadamente a Disney, el bastión de la inocencia, fuera considerado universalmente como un pecado repudiable? “Opinión pública” que ha sido adoctrinada en el club de Patolandia, por supuesto.
Es innegable, al menos por parte de Cuentos al Contemporáneo, que Disney se ha convertido en una representación colectiva que extiende sus brazos, no para abarcar buena parte del planeta, sino el planeta todo. “Los juegos infantiles asumen sus propias reglas y códigos: es una esfera autónoma y extrasocial”, declaran los autores, antes de detallar que esta esfera infantil es apolítica. Cualquier intento de introducir los dilemas y complicaciones de los adultos no hace sino pervertir este ambiente de pureza. Ahora tenemos, entonces, una aproximación a porqué estas historias están protagonizadas por animales antropomorfizados: los animales, después de todo, no pertenecen ni a la derecha ni a la izquierda y no tienen mucho interés en cuestiones socioeconómicas. Esto no es un invento moderno, después de todo, desde las fabulas de Esopo que dejamos que los animales enseñen a los niños las materias básicas de la vida.
En esta introducción preliminar, se nos habla también del hombre adulto que escribe literatura infantil y justifica su estilo y estructura narrativa en lo que “él cree que debería ser un niño”. Difícilmente, dicen los autores, “un adulto podría proponer para su descendencia una ficción que pusiera en jaque el porvenir que él desea que ese pequeño construya y herede”. Estos adultos recrean en sus obras, un mundo interior perdido para ellos por la corrupción, pero presentado como inmaculado para los niños, proyectando así sus ideales de una infancia dorada. Caen por lo tanto en una tautología, como señalan los autores: “Se miran a sí mismos en un espejo creyendo que es una ventana. El niño que juega ahí abajo en el jardín es el adulto que lo está mirando, que se está purificando”. Después de todo, el niño deberá recrear las representaciones colectivas que le ha inculcado esta literatura para poder insertarse en la sociedad y se aceptado. Esos niños reivindicarán los valores de sus padres. Ahora, este pequeño espacio de pureza en realidad “importa de contrabando e involuntariamente el mundo adulto conflictual y contradictorio. El diseño de este mundo transparente no hace sino permitir el encubrimiento y la expresión subterránea de sus tensiones reales y fatigosamente vividas” (creo que ni con toda la mordacidad que otorga una madrugada podría haber hecho una frase tan asertiva como la de los autores). “Por eso, la literatura infantil es quizás el foco donde mejor se pueden estudiar los disfraces y verdades del hombre contemporáneo, porque es donde menos se los piensa encontrar”. A grandes rasgos esta es una síntesis proteica de los detalles introductorios al análisis en sí de las historietas.
El primer rasgo que salta a la vista en el mundo Disney es la asexualidad total, incluso como mera insinuación: es un mundo de tíos, sobrinos, hermanos, más sobrinos, pero nunca un padre (salvo Lobito y el Lobo y, a mi entender, Max, el extraño hijo de Goofy). “Para ocultarle la sexualidad normal a los niños es urgente construir un mundo aberrante que, para colmo, transpira secretos y juegos sexuales en más de una ocasión”. Bien, los autores achacan la falta de padres a un intento por aislar al personaje de cualquier origen terrenal (si no tiene origen, tampoco puede morir). Y, más profundamente, a una relación de evasión contractual entre la presencia y ausencia del padre que se otorga en ese placido mundo mágico. Bien, tan solo diré que hemos leído cuidadosamente los efectos perversos que tienen los cuentos con sexualidad explicita (mucho más si implican parafilias). Desde el punto de vista editorial, un Disneyworld sexualmente explicito se me hace macabro…
El análisis sigue por otros derroteros, una decodificación de cada género de personajes y su correspondiente simbolismo (los indígenas, los chicos malos, los niños, los adultos, los ricos). El análisis tiene rigor en el marco de los fundamentos marxistas de la lucha de clases, y se brinda información sugestiva sobre qué imagen transmite Disney sobre el trabajo, la riqueza, las periferias, el esfuerzo. Siempre creí que había algo que decir sobre Disney, de hecho esperaba que este momento llegara. En la presente publicación se mencionan aquellos elementos con una relación más intrínseca a los temas abordados por Cuentos al Contemporáneo (relación causa-efecto de la literatura a la sociedad, sexualidad en los cuentos, infiltración de contenido latente perverso en la prosa adulta), todo lo demás relativo a lo que los autores tienen para decir de Disney podrán verlo en su libro (es dable también decir que no entraré a explayarme sobre un análisis netamente marxista de algo, por el sencillo hecho de que mi página, al igual que los animales de Disney, trata de mantenerse al tanto de los serpenteos de la política). Finalmente, y a modo de conclusión, fue sugestivamente interesante comprobar que otros autores comparten las ideas-base que esta página transmite a la sociedad de padres lectores.
Sin otro particular,
Atte.
Mr. Nemo
*Cuentos al contemporáneo era todavía el nombre de la página en ese año. NDE.
Me pareció exelente, como aquellas contratapas de libros que te obligan a leerlos mas alla de lo que las páginas contengan, es de cree verosimil y real que en un libro hay dos trabajos literarios, el escrito en si y la contratapa, en tu caso es una clara obra de contratapa, que denota una genial escritura, comprension y apropiancion del tema.
ResponderEliminarGracias querido, ahora sé que podria encontrar trabajo escribiendo contratapas (?) ja ja ja ja
ResponderEliminarNah, en serio, gracias por opinar.
Al fin le estoy volviendo a dedicar al blog el tiempo que creo que se merece...