martes, 5 de mayo de 2020

Esto no es para ti


La casa de hojas es un libro que trata sobre un libro que trata sobre una película que trata sobre una casa que es un laberinto. Es, en resumen, un libro que es un laberinto.

Género: literatura experimental
Título: La casa de hojas
Autor: Mark Z. Danielewski
Editorial: Pálido Fuego & Alpha Decay
Año: 2014
Páginas: 704

Novela debut de Mark Z. Danielewski; la obra se convirtió rápidamente en un texto de culto que se alzó con numerosos galardones. Su singularidad radica en ser uno de los mejores exponentes de la literatura ergódica, término que designa un tipo de literatura que requiere un considerable esfuerzo por parte del lector para atravesar el texto, razón por la que fue declarado por The Washington Post Book World como “la primera gran novela experimental del nuevo milenio”.
La casa de hojas es, por lo tanto, una obra difícil de catalogar y aun más difícil de resumir (o incluso de leer). El libro entero es un laberinto, y el lector incauto puede perderse antes de haber tenido contacto con el libro: tantas son las reseñas e intentos de análisis del texto de Danielewski que muchos lo confunden con una película, con un videojuego, con un ensayo o con una broma pesada. A primera vista, La casa de hojas no es un libro tan extraño como parece: tiene una historia que contar y personajes a través de los cuales surge un conflicto que dirige la acción (como en casi toda ficción que se precie). Will Navidson, un prestigioso fotoperiodista, se muda a una nueva casa con su mujer modelo y con sus dos hijos pequeños; fundamentalmente, para salvar su matrimonio.
No obstante, el libro abre con un prólogo en primera persona de Jhonny Truant, un joven tatuador politoxicómano de Los Ángeles que se encuentra con un puñado de apuntes escritos por un tercero sobre las vivencias de Navidson. De esta forma convergen dos historias dentro del libro: por un lado, el arco argumental de Johnny (que, como compilador del libro, deja notas a pie de página e incluso cuenta cosas de su vida en ellas) y, por el otro, la de El expediente Navidson; que no es más que la propia historia inquietante de Navidson y de la casa.
La novela avanza, retrocede, gira sobre sí misma, se ataca, llega a callejones sin salida y puntos de oscuridad total para contar esas historias. Jhonny Truant declara desde el principio que la obra está plagada de errores (algunos hechos por el escritor original; otros, por él mismo) y poco a poco El expediente Navidson comienza a enloquecerlo mientras trata de montar el texto. Esta locura se extiende a las páginas, que comienzan a convertirse en un laberinto de tipografía y maquetación surreal: páginas en blanco, páginas al revés, fotografías, bosquejos a lápiz, partituras y páginas enteras que dicen exactamente lo mismo. Poco a poco la locura se contagia también al lector, que debe esforzarse para abrirse camino en un texto que, como dice la primera página, no es para nosotros. El lector que encuentre la salida del laberinto no saldrá igual que como entró. Tampoco verá las mismas cosas que otros (que erraron por otros pasillos, galerías y oscuridades del laberinto) han visto. Algunos han visto un homenaje a Jorge Luis Borges entre las páginas; otros, una obra que analiza la perspectiva como base y límite del saber humano; algunos, una reflexión metaliteraria; la mayoría, una historia de miedo o una historia de redención y superación personal.
La casa de hojas es todo eso y mucho más. Fundamentalmente, la evidencia de que todavía queda mucha innovación literaria por ver y de que la diferencia entre ver una historia de terror (como la mayoría de los críticos han llamado a la obra) y una historia de amor (como afirmó el propio Danielewski) es una cuestión de segundo plano mientras recorremos esta monumental e intrincada novela.
La obra, indudablemente, cumple con su cometido: logra desconcertar, espantar, impresionar y esperanzar. Su triunfo final es no solo literario, sino también como juego y laberinto. Meses después de haber terminado la novela me encuentro frente a un caótico montón de apuntes, fotocopias y anotaciones. En el centro, el libro. Trato de domarlo y meterlo en esta jaula de dos carillas: me pierdo, regreso al principio, avanzo, me topo con un callejón sin salida. Descubro boletos de colectivo dentro de las páginas, llenos de anotaciones para avanzar en el texto, y pies de página, que yo mismo agregué, bajo las anotaciones de Johnny Truant. Todavía sigo perdido (y ni siquiera lo sabía) en los pasillos oscuros e infinitos de La casa de hojas.

Sin otro particular,

Nemo

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