Hola, soy Stine, el autor de Pesadillas, dentro de un momento vais a ver cómo cobra vida una de mis historias preferidas. La máscara maldita es una historia de miedo en Halloween sobre una niña, Carlibeth. El terror empieza cuando Carlibeth se pone la máscara maldita, y acaba cuando descubre que no hay nada más poderoso que el amor de la familia y sus amigos. ¿Que qué miedo puede dar eso? Ya lo veréis, atención, amigos, os espera un buen susto.
Con esas palabras comienza “La máscara maldita”, primer episodio de Escalofríos (Pesadillas en el doblaje español). En retrospectiva —más de veinte años de retrospectiva—, queda en evidencia que el programa, a pesar de tratar sobre “historias de miedo”, tenía fuertes componentes moralizantes. Por lo general son los bullies los primeros en ser devorados por los monstruos o perseguidos por los hombres lobo; los personajes “malvados” tienden también a tener finales malos. Tampoco es que podamos pedirle mucho a una adaptación televisiva basada en libros con un público objetivo de niños de alrededor de 8 años, aunque en algunas páginas, donde se discute la clasificación por edad de Escalofríos, los padres sugieren que lo vean chicos (¿preadolescentes?) de entre 10 y 12 años.
Recientemente he estado viendo algunos episodios de Historias de la cripta en Youtube, ya que de chico solo había llegado a consumir la versión animada. Luego de ver varios episodios *, he visto una fórmula parecida: los protagonistas suelen ser siempre criminales, estafadores o personas dispuestas a cruzar cualquier límite ético o moral con tal de conseguir lo que quieren; por lo general terminan muertos o acosados por algún terror sobrenatural, donde vuelve a salir a la superficie el componente moralizante de las historias. Historias de la cripta es catalogada como recomendada para mayores de 18 en su versión sin censura, que cuenta con algunos momentos sexuales, y con supervisión parental para menores de 13 en la versión censurada. Es decir, es un producto definido en el mercado para un público mucho más adolescente que Escalofríos.
No es raro, ya sea por decisión editorial o por mera tradición, que las historias de terror infantiles se asocien fuertemente con instrumentos moralizantes. En sus propios orígenes, cuando compartían muchos rasgos con las leyendas, perseguían objetivos prácticos y definidos: que los niños pequeños se mantuvieran lejos de situaciones o entornos peligrosos (hablar con extraños, alejarse de la casa, desobedecer a los padres, etc.). Así, la primera legión de monstruos estuvo aliada con la civilización humana para enseñar, a través del miedo, conductas útiles en las nuevas generaciones.
Varios milenios después, ¿qué sucede con las historias de terror? ¿Albergan todavía, muy en lo profundo, matices moralizantes? Hablemos ahora de historias de terror para jóvenes y adultos.
Al principio había pensado en hacer un análisis más o menos sistemático de los bestsellers de terror dentro de cada década, idea de la que desistí después de navegar suficientes portales con noticias chuscas de título clickbaitero. Por cierto que muchos de los títulos mencionados en realidad se correspondían mejor con el policial o la novela negra. Destaco sobre todo el comentario de un internauta muy enojado, que llegó a loggearse solo para decir: “A ese tal autor ni Wikipedia lo conoce”. Sin más, avancemos sobre un puñado mínimo de autores.
Stephen King es todavía un símbolo muy fuerte en la narrativa de terror y como yo solo he leído algunas de sus novelas (apenas Carrie, Saco de huesos, Cementerio de animales), estuve consultando con una psicóloga conocida, Milagros Ferreyra, bastante erudita en la bibliografía de King. A priori defendió la postura de que King no puede ser, ni remotamente, asociado con un estilo moralizante: “Creo que no se inclina en ninguno de los dos sentidos, siempre cuestiona mucho esto de lo bueno y lo malo... Sus personajes son humanos, ni perfectos ni criminales, simplemente humanos que ante determinadas situaciones cometen actos atroces o se ven envueltos en un escenario de terror”.
Revisemos la cuestión semántica. ¿A qué estamos (estoy) llamando una “narrativa moralizante”? No evidentemente moralizante, como en las series para chicos, donde la fórmula muchas veces era “si hacés cosas malas, te pasarán cosas malas”, sino en un sentido más amplio y mucho más sutil. Básicamente en el análisis de si lo tenebroso, terrorífico o sobrenatural se detona a partir de transgresiones sociales. Carrie es Carrie por el contexto familiar disfuncional que tuvo, sumado a los problemas, digamos que estructurales, del sistema educativo donde ella estaba inserta. Carrie no provocó una matanza en la escuela, sino hasta que ese balde con sangre de puerco le cayó encima en un acto supremo de bullying estudiantil. En Cementerio de animales, ¿el padre no había sido advertido sobre los peligros de joder con el cementerio indio?, por supuesto que podemos comprender los procesos y motivaciones que lo llevaron a tomar esa decisión, e incluso empatizar con estos, porque eso ya forma parte del desarrollo de la profundidad del personaje, que King tan bien ha sabido formular. En Saco de huesos, el fantasma de la mujer tenía un odio particular por el viejo militar retirado que, años atrás, la había sometido a una brutal violación grupal que culminó también con la muerte de su hijo.
¿No hay en el fondo, acaso, un motor narrativo atravesado por las transgresiones sociales como disparadores del terror? En los cuentos de Edgar Allan Poe muchos de los narradores eran personajes que encontraban la muerte, el terror o la locura al atravesar ciertos límites morales dentro del imaginario cultural del lector. El hombre que mató al gatito de un piedrazo “por accidente”, el borracho que le sacó un ojo a su gato por diversión, el médico que quiso usar la hipnosis para detener la muerte, etc. Debajo de un robusto desarrollo de personajes, donde incluso puede haber controversias muy directas donde se problematice el bien, el mal y la humanidad, ¿hay un narrador que abrió la puerta del terror, a pesar de que le dijeron que era muy mala idea hacerlo? Dicho en otras palabras, una vez que la historia es reducida a sus núcleos narrativos más principales, ¿hay alguien que está cosechando lo que sembró?
El escritor Kaveel Lilmohun me señaló, cuando le expuse estas ideas: “¿Acaso es importante eso mientras la historia provoque miedo?”. Probablemente no. Sin embargo, pienso que es interesante sondear qué encuadre es el que el escritor le da al miedo como entidad. ¿Qué es lo que existe más allá del límite de las historias moralizantes? Historias donde las víctimas del terror, la locura o la muerte son personas que no merecían lo que les pasó. Al menos no lo merecían a un nivel causal. Personajes contra los que el escritor se ensaña para recordarnos que la vida, muchas veces, es así de injusta.
A la hora de diseñar y planificar la historia, ¿sobre quién decide el escritor que caiga todo el peso del terror? ¿Por qué decide que la víctima sea una persona “transgresora”? ¿Por qué decide, por el contrario, que sea una víctima “inocente”? ¿En qué estructura ética el escritor encuadra lo que es y no es transgresión y lo que es o no es el terror? ¿Vivirán dentro de nosotros los viejos monstruos, que gruñían y nos decían que dormir la siesta es mucho más seguro que salir a jugar a la calle desierta?
Por cierto que podríamos proponer, en este desordenadísimo análisis que no trata de ser exhaustivo, una tercera posición. H. P. Lovecraft, al recordar la influencia de Montague Rhode James en su obra, señalaba las tres reglas de composición macabra que el autor victoriano había apuntado en el prefacio de una de sus colecciones. Ahí James señalaba la importancia de que el cuento de fantasmas tuviera un marco familiar a la época moderna, para acercarse “lo más posible” a la esfera empírica del lector; el carácter de los fenómenos espectrales, que debían ser malévolos para suscitar, ante todo, el miedo; además de la necesidad de evitar toda jerga de pseudociencia propia del ocultismo, que James dilapida como “pedantería nada convincente”.
Los cuentos de fantasmas de James, aunque fueron poco más de treinta relatos, proponen historias de victorianos racionalistas que naufragan en el intento de entender fenómenos sobrenaturales que escapan al espíritu positivista de la época. Un recurso que Lovecraft exploró y profundizó a través del contacto entre humanos y las aberraciones primigenias, cuya ominosa incomprensibilidad llevaba a la locura. Esta tercera posición, por lo tanto, incluye aquellos relatos donde el narrador es un espectador de fenómenos incomprensibles y macabros; ni víctima ni condenado, se estremece ante un terror supremo: lo desconocido, lo inexplicable. Este enfoque, después de todo, también dice mucho sobre el encuadre que el escritor le da al miedo como entidad.
Sin otro particular,
Nemo
*
Vi estos episodios: “El hombre que era la muerte”, “Y por toda la casa”, “Entierra ese gato, está muerto”, “Bella como un pecado”, “Amor mío, córtame para siempre”, “Colección completa”, “Triángulo cuadrilátero”, “Terror televisivo”, “El guardián de mi hermano”, “Éxito de taquilla”, “Loco asesino anda suelto” y “Hombre a medias”.
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