Cada tanto me parece
conveniente publicar estas notas editoriales donde me deshago en explicaciones
frente a un mar blanco en el que brotan palabras como hormigas negras hasta
cubrirlo todo. Me gusta jugar a creer
que alguien leerá estas explicaciones y justificaciones, mera vanidad.
Si no querés leerlas,
estás perdonado.
El año pasado me recibí
de periodista en un lugar que cerró sus puertas cuando salimos. Soy de la
última promoción de Círculo de la prensa, un lugar que tiene más pasado que
futuro e incluso que presente. Actualmente curso la licenciatura de Comunicación Audiovisual en la UNSAM, título no poco rimbombante...
Realmente estoy rodeado de otros egresados en periodismo, locución, producción
de cine, y otros tantos vástagos de la carrera de comunicación. Casi todos mis compañeros adhieren sin mucho miramiento a la nueva tendencia
(que no es nada moderna) de relativismo al más puro estilo protagórico: si hay
que distorcionar, se distorciona; si hay que bajar linea, se la baja... Son
las reglas del juego, aclaran ellos. Llevo un buen tiempo preguntándome si realmente quiero jugar con esas reglas. Y,
lo que es peor, preguntándome qué tipo de ominosa verdad vapuleada es la que mi
idealismo quiere defender... El punto cúlmine de esta
crisis ontológico-motivacional fue cuando me llegó la factura de vencimiento
del dominio. ¿Qué hago? Hace mucho
que no escribo... ¿Tanto? Sí, mucho. ¿Lo pago? ¿Pagar algo que no uso?
¿Entonces lo sigo usando? ¿Lo dejo morir?
Siempre me gustó jugar a soñar que en estas páginas blancas era libre de ser, hacer, deshacer y escribir. Mis proyectos, hojas al viento, chispas en el aire, condenados a marchitarse por mi falta de constancia... Qué triste. En mi cruzada por reinflamar el fuego de mi pasión, escruté una noche la ciudad desde el piso decimonoveno del Bauen, y vi a Buenos Aires desplegarse delante de mí.
Vi o creí ver muchas
historias sin palabras, muchos personajes sombríos y fugaces, muchos misterios
sin resolver que no necesitan ser resueltos. Puedo ser un periodista,
un escritor, un comunicador, un teólogo, un counselor, un cristiano, un
herrero, un esgrimista, y una larga lista de cosas.
Puedo jugar a ser muchas
cosas, el gran abanico de posibilidades humanas no me es ajeno. Pero mirando la ciudad de noche, desde el decimonoveno piso, me vi a mí mismo
también. Puedo ser muchas cosas, pero en cada una de ellas mi pasión y motor es
el deseo de conocer y descubrir, algo tan infantil y tan primario, pero al mismo
tiempo tan complejo y trascendente. Ahora soy un redactor en
Crac!, una revista de arte y cultura, y le debo gratitud a mi nueva capitana. Por un tiempo dejaré de
volar solo y me uniré a esta bandada, me subiré a este barco y veré cielos
nuevos y mares nuevos.
También pasaré más seguido por aquí.
Detonador de cuentos
será lo que yo quiera que sea, y eso me hace feliz.
Sin otro particular,
Mr. Nemo
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