viernes, 24 de agosto de 2012

El árbol, el canibalismo y una bella historia…


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El cielo se tiñe de óxido y sangre. Los ojos tristes de una chica desaparecida me miran desde un cartel en un corredor del subte… tienen más vida que los ojos muertos de los pasajeros grises que me rodean; grises como el cielo nublado. Algunas cosas no cambian. Yo la conocía, por eso me sorprendí. Me sorprendí por estar conjugando “conocía” en pretérito imperfecto, definible como aquella conjugación verbal de una acción pasada interrumpida por otra, contrastada con la realidad presente. ¿Por qué no puedo ser capaz de decir que aún la conozco? ¿Qué oscura melancolía se derrama desde esas nubes plomizas o emerge con rapidez de esas crujientes baldosas rotas que uno pisa, aunque trate de esquivarlas? El cielo enmudece, esperando el trueno relampagueante que sea el preludio de su caída. Cierta página digital de redacción de notas considera que mi estilo es demasiado subjetivo para contratarme; grises como el cielo nublado. Algunas cosas no cambian.


El canibalismo es un elemento omnipresente de la narrativa renacentista de nuestro mundo occidentalizado, desde las escalofriantes leyendas de mesón sobre la familia de antropófagos Sawney Bean hasta alguna ocasional mención del recordado Marqués de Sade. Los cuentos infantiles no son precisamente un territorio inmaculado de este tipo de contenido, en esta noche leeremos otro de los cuentos de los hermanos Grimm que no ha tenido asimilación por Disney.

El árbol de enebro comienza con los anhelantes intentos y suspiros de una adinerada pareja infértil para que sus piadosos rezos conmoviesen al Dios de Abram el patriarca de la fe. De los susodichos ruegos nace un niño blanco como la nieve y de cabello rojo como la sangre. Ineludiblemente ella, la madre, muere y expresa su deseo de ser enterrada bajo el árbol donde habría conjurado su ardiente petición. El hombre no resiste la soledad y se casa con alguna otra mujer noble que, al cabo de un tiempo, le da una hija. La historia es ya conocida desde este punto: la madrastra comienza a guardar rencor hacia su hijastro, algún demonio susurra palabras de odio en su corazón, ella comienza a flagelarlo y maltratarlo de todas las formas posibles en las que pudiera expresar su malignidad.
El siguiente cuadro involucra una brillante manzana: ella lo convence de que se meta al baúl de manzanas para recoger una... y le cercena el cuello con la tapa. Trata de ocultar la cabeza desprendida con una absurda bufanda, pero su hija se da cuenta, horrorizada. La única salida valida que los retorcidos pasillos oscuros de la mente de la mujer conciben es descuartizarlo y cocinarlo para su marido con la complicidad de su hija. En el clímax de esta novela de gore y sadismo satánicoantropofágico arriba el pobre hombre, sin saber que estaba a punto de devorar a su hijo ¡y de encontrarlo exquisito! Las versiones reformadas que circulan en la web, hacen que el cuento exude magia para ocultar y emparchar los horrores descriptos. Magia, metamorfosis, árboles mágicos, resurrecciones en pájaros. Detalles que se tornan incoherentes a fin de camuflar una perversión latente demasiado inocultable.
Algunas cosas no cambian, a las futuras generaciones del periodismo independiente les corresponderá hablar de los cuentos parafílicos infantiles que se están incubando en el corazón de esta generación gris, muerta y nublada… como un cielo teñido en óxido y sangre.
Sin otro particular,

Atte.
Mr. Nemo

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